viernes, 7 de agosto de 2015

acaecerá pronto (y que la suerte nunca te quiera como yo te quise a ti)



Mira a ese de la trompeta: qué gracioso, estará borracho, o está loco. Mira a ese de la trompeta: mientras toca, llora. 



Os hablo yo, desde aquí. Aunque todo depende de dónde sea aquí. Aunque no tiene más importancia.
Podría escribir sobre mil cosas. Sé que todas las entradas son mierda, pero tranquilos (nadie se ha puesto nervioso, lo sé) prometo volver en Septiembre con aires renovados. Como prometo siempre. Yo no cumplo mis promesas. 
Podría estar escribiendo sobre Iona (poeta, botánica, pintora y arpista, la que vivió seis vidas en una y desapareció un 23 de noviembre descubriendo a Ballad) o sobre Alethedor (la Tierra donde vivía se partió en dos partes a causa de un terremoto y se juró que nunca viviría 13 días en un mismo sitio) o hasta sobre Khaleppa, quien siempre decía "quien sabe contemplar una gota de agua y no pensar en una lágrima sino en una sonrisa, está preparado para que al fin llueva sobre sus sueños". Pero son míseros personajes ficticios que brillan parpadeantes. Y ahora mismo no necesito escribir inventándome historias. Nunca se me ha dado bien imaginar.
Quería comentaros rápidamente dos cosas. O tres. Quizá sean cuatro, al final.
Hoy me han dado una noticia. Bueno, en realidad no. No quiero mentiros: todos sabíamos que acabaría pasando tarde o temprano, tarde o temprano. Pero, ¿sabéis ese momento en que os aseguran lo que teméis en medio de la cara? ¿En que pensáis sí, eso pasará, pero ahora no pasa y estoy bien y vivo y tengo salud y qué importa el futuro? Y entonces pasa. Primero no queremos aceptarlos y huimos, como siempre hacemos. Al cabo de unas horas te vas haciendo la idea. Y cuando llega la noche, el futuro ya es real y puedes tocarlo. Así pasan las cosas. En nuestros ojos nunca se refleja lo que hemos visto, sino lo que veremos. Esto es así: lo que veremos. Hemos visto atrocidades ajenas y muchos otros envenenamientos diariamente, pero qué nos va a importar a nosotros el dolor de los otros. Somos egoístas. Y lo que les pasa a ellos que sea suyo. Ya se arreglaran. ¿No? Guerras y accidentes y catástrofes y hundimientos. Diariamente. Pero qué nos importa. ¿Acaso nos pasa a nosotros? Si ni siquiera apreciamos que estamos vivos y tenemos salud. En el fondo, es muy divertido observar. Así que quizá he tenido una mala suerte de cojones, y quizá esto me irá consumiendo (como ya ha hecho, y sé con certeza que conmigo no acabará) y quizá, también, tenga miedo. Pero estoy viva. Y puedo poseer la vida, todavía. Tengo la suerte de vivir rodeada de la gente que me quiere y que da mucho de si para mi. Pues ya está. No puedo quejarme. No tengo ningún derecho. Aunque, si nos paramos a pensar, la compasión no es un buen método para olvidar el futuro. 

Es como un grito gigantesco, que grita y grita, y lo que grita es "¡Pandilla de cabrones, la vida es algo inmenso!, ¿queréis enteraros o no? Inmenso."


Ahora quiero comentaros un dibujo que vi el otro día de Jordi Labanda. Había una mujer muy rica en un yate con muchas túnicas y todo era muy blanco y bonito y estaba bien cuidado. El cielo era claro y llevaba ropa de marca. Vamos, brillantes y eso. Pero tenía un móvil en las manos y estaba enfrascada en una conversación. Parecía aburrida: no apreciaba lo que tenía a su lado. Debajo de este dibujo, ponía: las vacaciones de los demás siempre son mejores que las mías. 
(espero que entendáis la ironía de Labanda porque no quiero explicárosla)
Le aplaudo, sinceramente. Podría coger aquel dibujo y enmarcarlo. Es la pura realidad, y nos pasa a todos. Yo misma soy así. Nunca he apreciado en toda plenitud todo lo que tengo y siempre me estoy fijando en lo que los demás tienen, y yo no. Me da tanta rabia.  
Esto solo es una curiosidad que, medianamente, me hizo reflexionar.




Ahora todos leeréis este párrafo maravillosamente fantástico de aquí de un libro también maravillosamente fantástico que leí hace dos noches.

Imagínate: un piano. Las teclas empiezan. Las teclas acaban. Tú sabes que hay ochenta y ocho, sobre eso nadie puede engañarte. No son infinitas. Tú eres infinito, y con esas teclas es infinita la música que puedes crear. Ellas son ochenta y ocho. Tú eres infinito. Eso a mí me gusta. Es fácil vivir con eso. Pero si yo subo a esa escalerilla y frente a mí se extiende un teclado con millones, millones y trillones de teclas, que nunca se terminan y ésa es la verdad, que nunca se terminan y que ese teclado es infinito.  Si ese teclado es infinito, entonces no hay una música que puedas tocar. Te has sentado en un taburete equivocado: ése es el piano de Dios. 
Me da igual que no os guste, porque a mi me encanta. Pero no os diré de qué libro es. Entendedme. ¡No puedo deciros algo de tan valor! Es de un libro que cambió mis pensamientos. No sé ni cómo lo hizo, porque aparentemente no hay nada deslumbrante en él. Pero lo consiguió. Me lo leí en el balcón durante las doce y las dos de la noche. Todo en voz alta. Saqué los datos del móvil (en ese momento todo me parecía superfluo) y cuando llevaba un tercio se me secó la boca y empecé a equivocarme al leer. No pude levantarme a beber agua. Me veía incapaz de frenar aquel momento que se extendía solo ante mis ojos. Sonara raro decir esto, pero creo que fue uno de los momentos más bonitos y mágicos de este verano. Y hacía mucho que no me sentía de aquella manera.
Además, que el libro es una pasada y el escritor demuestra su talento en todas sus obras. 
Ojalá el azar haga que algún día, inocentemente, te topes con ese libro y puedas leerlo en una sola noche en voz alta. Ojalá cuando llegues al final pienses en que a mi me encantó. Ojalá también te encante a ti.
Y ahora me estoy leyendo Stoner. Me lo recomendaron. Y también me gusta, pero no tanto como el otro. Aunque también me gusta. 


Y me despido con un soneto de Shakespeare en catalán, la lengua más bella (para mi) que conozco. 

En mi pots contemplar l'estació de l'any
quan ja ben poques fulles (o cap) pengen encara,
tremoloses pel fred, de branques sense tany,
cors on fa poc cantaven ocells amb la veu clara.

En mi veus el crepuscle d'un dia en què a ponent
la posta ja s'ha fos i a poc a poc la nit
(l'altre jo de la mort) arriba lentament
i, negra, se l'endú i la tanca en l'oblit.

En mi veus la fulgor del foc que es calmarà
sobre les cendres de la seva galania,
com un llit d'agonia on haurà d'expirar

consumit per la flama amb què abans es nodria.
Perceps això, que et fa l'amor il·limitat,
perquè estimes qui hauràs d'abandonar aviat.

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